Humo

Andando por la calle, hoy soy un loco que oye música en sus adentros. Que habla solo o gesticula o canturrea, o blasfema al paso de unos jóvenes ruidosos. Gris como las rosas bañadas en humo de esa magnífica iglesia que hay junto al parque donde me emborrachaba, donde probé algunas de mis primeras decepciones en forma de polvo, o de humo.

Una sirena quiere colarse en mi canción y se disfraza del ritmo atroz de mi paso. Y aún, antes de disiparse como humo, consigue que me quite un casco para cerciorarme de que no es parte de la canción, un arreglo al que no había hecho caso antes. Como esas rosas que han plantado en el patio de la iglesia, donde el ángel caído me engañaba con falsos milagros. La policía deja el humo teñido de azul y rojo y las rosas se tiñen un poco más de humo.

Una chica lo suficientemente joven como para hacerme sentir mal por mirarla hace que me aparte, para no entrometerme en su espacio. Su uniforme huele al humo de los primeros cigarros, a escondidas en el baño o en el patio. Casi asustado reculo tanto que me araño el brazo con el granito de la pared. Gris, frío y brillante, me recuerda a las rosas ahumadas de la iglesia con la que acabo de chocar.

En el interior del patio, las rosas respiran humo como los feligreses en el interior; mientras, el cura, cansado de humo intenta agarrarse a su fe, que se desvanece como el humo. En la puerta un caballero gris espera a que se confiese su señora, fumando un puro. Cuando atravieso el humo azul, espeso, y vuelvo a salir al humo de mi ciudad, al doblar la esquina, y enfilar el callejón humeante, me enciendo un cigarro. Y como un loco, porque sí, hasta orgulloso, al ritmo de mi música, lloro humo.

1 comentario:

Frito, Huevo Frito dijo...

Qué bonito! Me ha encantado este texto; no sé si quieres decir algo con él que yo no pillo, pero solo la descripción ya es brillante.