yoyoyoyoyoyoyoyoyoyoyoyoyoyoyoyo

Las decisiones que tomo,
son yo
y cuando me equivoco,
soy yo.

Los ratos que me odio,
soy yo
y si me brillan los ojos,
son yo.

La tentación y el demonio
son yo
y lo mas noble en mi alma
soy yo.

Me es fácil engañarme,
soy yo,
pero hasta mis mentiras
son yo.

Mi miedo al egoísmo
soy yo
y ojalá fuera yo
cada yo que hay en mi vida.

Matthew Herbert's Big Band & Jamie Lidell - Everything's changed



Everything's changed
Everything's changed
The closer I get to the top
The more it feels strange
Everything's moved
Everyone move
The closer I get to the drop
The more that I lose
If and or when I might stop
Please do not follow me
If and or when I might drop
Please don't swallow me
Turning round
The sound of falling
Everything's new
Everything's new
The closer I get to the drop
The more my vision pulls me through
Somethings the same
Somethings don't change
The passing of others below
Always remains
If and or when I might stop
Please don't follow me
Down
Please don't follow me
If and or when I might drop
Please don't swallow me
Please don't follow me

Humo

Andando por la calle, hoy soy un loco que oye música en sus adentros. Que habla solo o gesticula o canturrea, o blasfema al paso de unos jóvenes ruidosos. Gris como las rosas bañadas en humo de esa magnífica iglesia que hay junto al parque donde me emborrachaba, donde probé algunas de mis primeras decepciones en forma de polvo, o de humo.

Una sirena quiere colarse en mi canción y se disfraza del ritmo atroz de mi paso. Y aún, antes de disiparse como humo, consigue que me quite un casco para cerciorarme de que no es parte de la canción, un arreglo al que no había hecho caso antes. Como esas rosas que han plantado en el patio de la iglesia, donde el ángel caído me engañaba con falsos milagros. La policía deja el humo teñido de azul y rojo y las rosas se tiñen un poco más de humo.

Una chica lo suficientemente joven como para hacerme sentir mal por mirarla hace que me aparte, para no entrometerme en su espacio. Su uniforme huele al humo de los primeros cigarros, a escondidas en el baño o en el patio. Casi asustado reculo tanto que me araño el brazo con el granito de la pared. Gris, frío y brillante, me recuerda a las rosas ahumadas de la iglesia con la que acabo de chocar.

En el interior del patio, las rosas respiran humo como los feligreses en el interior; mientras, el cura, cansado de humo intenta agarrarse a su fe, que se desvanece como el humo. En la puerta un caballero gris espera a que se confiese su señora, fumando un puro. Cuando atravieso el humo azul, espeso, y vuelvo a salir al humo de mi ciudad, al doblar la esquina, y enfilar el callejón humeante, me enciendo un cigarro. Y como un loco, porque sí, hasta orgulloso, al ritmo de mi música, lloro humo.